miércoles, 29 de diciembre de 2010

EL CINE VENEZOLANO CIERRA EL 2010 CON BROCHE DE ORO: 15 ESTRENOS EN TOTAL CON IMPORTANTES PREMIOS INTERNACIONALES Y LA MÀS ALTA AUDIENCIA EN 22 AÑOS...

El coordinador de la Plataforma Nacional del Cine y Artes Audiovisuales, Xavier Sarabia



La audiencia más alta en los últimos 22 años, 31 galardones internacionales, seis cintas criollas en cartelera simultáneamente y 15 estrenos son el récord de los últimos 12 meses en el séptimo arte nacional. "El 2010 va a ser reconocido cuando se escriba la historia, como un año muy importante", sentenció el coordinador de la Plataforma Nacional del Cine y Artes Audiovisuales, Xavier Sarabia, con respecto a los logros del cine nacional durante estos doce meses.

Para el funcionario, más allá de las cifras, uno de los alcances importantes es que este año se cayeron varios mitos que de alguna manera impedían el surgimiento de esta industria artística en la patria de Bolívar.

Uno de los estigmas derrumbados fue la infundada creencia de que dos películas venezolanas no podían coexistir en la cartelera al mismo tiempo, porque supuestamente la audiencia de una perjudicaba la otra. Desde hace aproximadamente seis meses en la oferta cinematográficas figuran al menos dos títulos nacionales de manera simultánea.

Lo que ha sucedido, dice el directivo, es todo lo contrario: Las personas que veían una cinta de producción local se mostraban interesadas en ver la otra producción venezolana que ofertaba la cartelera.

Hasta este año los exhibidores de cine sostenían que el público percibía a las producciones nacionales como un sólo género. Para José Antonio Varela, presidente de la Villa del Cine, esa creencia se desmontó gracias a una política agresiva de estrenos que comenzó al inicio del segundo semestre de 2010, combinada con una orientación similar desde Centro Nacional Autónomo de Cinematografía (Cnac).

Precisamente en el mes de septiembre ocurrió un hecho completamente inédito en la historia del cine nacional: El público tenía la oportunidad de escoger entre seis títulos criollos, uno de ellos documental. Ese mes compartieron espacio en las carteleras Las caras del diablo, de Carlos Malavé; Manos mansas, de los hermanos Luis Alejandro y Andrés Eduardo Rodríguez; Taita Boves, de Luis Alberto Lamata; Habana Eva, de Fina Torres; Cheila una casa pa' maita, de Eduardo Barberena; y Hermano, de Marcel Rasquin.
 
"Eso ha logrado que además entendamos que la audiencia nacional asiste al cine cualquiera que sea el género. No tenemos una audiencia inclinada a un solo tipo de cine, se ha visto cine histórico thriller, algunas con drama, con un toque de comedia. De manera tal que se ha revindicado que el cine nacional es un elemento integral de la cultura venezolana", declaró Sarabia.

Encuentro de generaciones en la Gran Pantalla

En cuanto a la oportunidad de aventurarse a realizar una película, este año contradice la tesis de que los organismos de financiamiento y apoyo en esta área sólo beneficiaban a un grupo de realizadores ya consolidados. Sarabia menciona como argumentos, las óperas primas Hermano, La hora cero y Amorcito Corazón de Marcel Rasquin, Diego Velasco y Carmen Roa, respectivamente.

A ello se suman obras de otros nuevos creadores que contaron con ayudas menores, o de otras entidades como el caso de Subhysteria, de Leonard Zelig y Enemigo en casa, de Cesar Saffont. Incipientes directores que este año lograron exhibir sus primeros largometrajes.

Igualmente está el caso de veteranos como César Bolívar, que llevaba 15 años fuera de la gran pantalla cuando se estrenó su más reciente policial, Muerte en alto contraste. Fina Torres, después de Mujeres arriba, no dirigió un largometraje durante unos 10 años. Y Elia Schneider, luego de su filme Punto y raya en 2004, regresó con Des-autorizados.

A juicio de Xavier Sarabia, este encuentro entre generaciones y todo lo que ha ocurrido en materia cinematográfica desde enero, es posible gracias a la confluencia de un conjunto de instituciones que ahora están madurando como la Plataforma Nacional de Cine y Artes Audiovisuales.

Destacó que todo el trabajo que se viene haciendo desde la plataforma, es una prueba del carácter inclusivo de la gestión en este sector, especialmente desde la Villa del Cine, muy lejos de lo que pensaban algunos detractores. "Yo no creo que las coproducciones o producciones que haga la Villa puedan ser atacadas de gobierneras".

Citó el caso de Habana Eva, que es atacada por personas de la izquierda como de derecha. Igualmente Hora cero en la que "la audiencia de uno y otro sector están a favor o en contra de algo". "La película no tiene una sola lectura, tiene múltiples, y cuando es así se está ante una obra de arte", reflexionó. "¿Se puede criticar Habana Eva? nos gusta o no nos gusta, pero no me refiero al gusto frívolo, esa cinta da para discutir, eso no se logra con todo el cine comercial".

Recordó que hace apenas cuatro años no existía la Villa del Cine ni Amazonia Film y la Cinemateca tenía apenas sólo dos salas y hoy cuenta con 16 en diferentes estados del país. Agregó que la cantidad de estrenos, que en 2010 alcanzó la cifra récord de 14 producciones, puede tomarse como una referencia para las metas de los años venideros. "Hay la posibilidad de que la Villa del Cine mantenga un ritmo de producción y estreno que bordee las 14 o 16 películas".


"Este 2010 no será visto con nostalgia como ocurre con los años 80. En esos años no encontramos unas condiciones que se mantuvieran". En cambio "nadie puede atreverse a decir que la Villa del Cine no va a seguir creciendo, que la Cinemateca no va a pasar de 16 salas que tiene ahora, muy probablemente a 22 el año que viene. Nadie puede atreverse a decir que va a haber menos dinero para los filmes independientes", anunció el coordinador de la Plataforma Nacional del Cine y Artes Audiovisuales.

Las Cifras


De las 15 producciones con sello venezolano que se proyectaron en 2010, seis recibieron apoyo del Centro Nacional Autónomo de Cinematografía, a saber: Amorcito corazón, Des-autorizados, Hermano, Las caras del diablo, Hora Cero y Extremos. Otras dos fueron co-producciones minoritarias de la misma institución, como es el caso de Nueve meses (España) y Tárata (Perú).

Cinco fueron realizadas gracias a la Villa del Cine. Estas son Cheila, una casa pa' maíta, Habana Eva, Taita Boves, Manos mansas y Muerte en Alto Contraste. Entre las dos que se hicieron con financiamiento independientes, Enemigo en casa y Subhysteria, la primera recibió aportes de gobiernos regionales y la segunda fue apoyada con elaboración de copias por parte del Cnac.

Curiosamente, a pesar del récord, José Antonio Varela recordó que en los cuatro años que tiene formada la institución que dirige, se han realizado 26 películas en total, siendo 2010 el año menos fructífero de todos en cuanto a producción.

Según precisó Alizar Dahdah, presidenta del Cnac, durante 2010 se apoyaron 60 proyectos, para los que se destinaron casi 60 millones de bolívares, 40 de ellos dirigidos a largometrajes y 20 a cortos y mediometrajes. Mientras que desde la Villa se invirtieron 29 millones de bolívares que sirvieron para apoyar seis propuestas en producción y 10 en post producción.

También este 2010 se registró la mayor audiencia del cine nacional en los últimos 22 años y se duplicó el número de espectadores que habitualmente van a las salas motivados por películas vernáculas. Hasta el 12 de diciembre 1.612.781 personas habían pagado su entrada para ver alguna cinta hecha en nuestras tierras y se espera que antes de terminar el año asistan al menos 37.219 más, para un total de 1.650.000 espectadoras y espectadores.

Xavier Sarabia sostiene que en la realidad este número es mucho mayor, en virtud de las proyecciones que se han hecho en plazas y calles con el cine itinerante de la Cinemateca y las 180 salas comunitarias diseminadas en todo el territorio nacional.

La distribución del público entre los 10 filmes más taquilleros, hasta mediados de diciembre de 2010, ha sido de la siguiente manera. La hora cero, 601.131; Hermano, 308.767; Habana Eva, 175.597; Nueve meses, 93.835; Las caras del diablo, 78.308; Cheila una casa pa' maita, 63.618; Subhysteria, 53.182; Taita Boves, 38.704; Muerte en alto contraste, 29.373 y Amorcito corazón, 17.149. Todo esto ocurre, aún cuando muy lamentablemente el comercio informal se las ha arreglado para expender las producciones venezolanas al mismo tiempo que se estrenan en la pantalla grande.


En cuanto a la calidad del las propuestas, el crecimiento lo marcan 31 galardones internacionales que hasta ahora han acumulado 10 producciones cinematográficas venezolanas, en festivales de altísima relevancia mundial como los de Huelva, La Habana, Moscú, Los Ángeles y New York, por sólo nombrar algunos. Entre las más laureadas se cuentan Hermano y Venezzia, con 10 reconocimientos cada una y Habana Eva, con cuatro. Aún se mantienen esperanzas con el Oscar estadounidense y los Goya españoles.

Metas a corto plazo


"Tenemos que llegar a acuerdos y soluciones que creamos convenientes con los circuitos comerciales para mejorar la distribución y exhibición del cine venezolano", indicó inicialmente Sarabia, refiriéndose a los factores a mejorar para el futuro.

Otra debilidad a atender, a su juicio, tiene que ver con optimizar los estudios de audiencia y en crear procesos para su formación. También consideró necesario adelantar una reforma a la actual Ley de la Cinematografía. "Si estamos en una refundación de la República, debemos entender que hay leyes que no son intocables aunque se hayan hecho dentro del proceso", añadió. Entre otros aspectos, destacó en este sentido la necesidad de incluir a la nueva institucionalidad en los textos legales.

La independencia tecnológica, principalmente en el área de la post producción es otra de los atascos que se pretende resolver en el corto plazo. En tal sentido, José Varela informó que la Villa del Cine realizó una inversión cercana al millón de dólares en equipos para abaratar los costos, especialmente en la incorporación de sonido dolby y transferencia de video a formato 35 milímetros. "Vamos a estar en capacidad de cubrir el mercado nacional y de los países que integran la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América", aseguró el realizador.

Esto último permitirá, incluso a cineastas independientes, tener la opción de hacer en la Villa del Cine los trabajos de post producción, que por lo general son los más costosos de todo el proceso en la realización cinematográfica. En cuanto al volumen de producción, el presidente de la Villa del Cine se trazó como meta, más que recuperar el ritmo anterior, superarlo para alcanzar entre 10 y 12 largometrajes, para el año que viene.


Fuente de Información:

domingo, 5 de diciembre de 2010

LAS ESTRATEGIAS DE LA ENTEREZA EN LA LITERATURA DE VICTORIA DE STEFANO...

 Victoria de Stefano nació el 21 de junio de 1940 en Italia. Se graduó en Filosofía en  el año 1962 en la Universidad Central de Venezuela (UCV).


Hace poco màs de una dècada, Olga Dragnic, lectora de exquisito gusto y, por aquellos años, compañera de maestría en la UCV, me preguntó mientras tomàbamos el riguroso cafè del Centro Comercial Los Chaguaramos: "¿Has leído a Victoria de Stefano?". Le dije que no, que no la conocía. Olga aprovechó entonces para hablarme maravillas de la literatura de Victoria, de quien era además amiga cercana, y me dijo que lamentablemente sus libros eran difíciles, cuando no imposibles de conseguir en las librerías. 

A los pocos días, Olga me prestó la novela El lugar del escritor, en una edición mexicana de 1993 (reeditada este año por Otero Ediciones). La empecé a leer de inmediato, y desde las primeras líneas presentí que se trataba de esos libros que piden una lectura sin apresuramientos. Tal como se lee la poesía o el ensayo: sin impaciencias, con minuciosa degustación. Una escritura ajena a las tramas y lenguajes espasmódicos, que más bien solicita un ritmo pausado, una “escucha” y un caminar sin prisas por una prosa meditativa que termina por envolver con delicadeza e inteligencia. 

Esa es la eficacia de toda la obra de Victoria de Stefano: llevar al lector lentamente a esa caja de resonancias en la que la intimidad de lo leído y de quien lee se reconocen como prójimas. Libros no para recorrerlos como un velocista, sino para transitarlos desde la mirada contemplativa de quien se sienta frente a una ventana –o a una pantalla– para observar con atención lo que ocurre del otro lado, y de pronto ese otro lado se transforma en espejo; en revelación.

Hoy sus libros son notoriamente visibles en las librerías locales, gracias a las merecidas reediciones que se han hecho de sus novelas El desolvidoLa noche llama a la nocheHistorias de la marcha a pieLluvia y la citada El lugar del escritor, así como de su ensayo Poesía y modernidad, Baudelaire. Y desde 2004, fecha en la que apareció su novela Pedir demasiado, los lectores que hemos seguido a Victoria en cada libro, en cada ensayo, artículo y entrevista, esperábamos la llegada de lo que ahora no sólo es su último trabajo narrativo, sino su debut en la editorial Alfaguara.

Paleografías (trazos oscuros sobre líneas borrosas) es, en principio, la historia de una severa depresión. Ya este tema la hace una novela profundamente venezolana. Vigente. Cercana. A su protagonista, el pintor Augusto, entrado ya en la cincuentena de la vida y con un pesado saldo de renuncias, pérdidas y frustraciones, se le ha extraviado el entusiasmo vital. Acusa una de esas crisis de la que teme que no haya retorno. No tiene ya ganas de vivir; tampoco de morir. Víctima de una aguda desdicha que lo mantiene presa del “humor brumoso de la clausura”, Augusto, en un esfuerzo por salir a la superficie, decide pasar unos días en un hotel de playa para mitigar –o tal vez asimilar desde un ángulo menos turbio– los recuerdos que lo neutralizan. El sol de la costa adquiere entonces la expectativa de una búsqueda, de una iluminadora salvación que pueda cicatrizar las heridas de su memoria. O quizás descifrar esos oscuros trazos sobre líneas borrosas en que se han convertido sus días y sus noches.
Pero de pronto empieza a llover. A caer uno de esos aguaceros que tan ingratos recuerdos nos traen a todos los que habitamos estas tierras donde no hace sino llover sobre mojado. Sin embargo, en el hotel está momentáneamente protegido, incluso a gusto, y mientras se anuncian derrumbes y carreteras tapiadas en los alrededores, Augusto se encontrará con otro imprevisto. De esos que tienen nombre y cuerpo y voz de mujer. Se encuentra con Gina, una traductora que también viene huyendo de lo que ella misma define como los “caprichos de la adversidad”, y cuyo oficio acaso sirva para entender el sugerente título de la novela. Pero ese encuentro, decisivo en la historia, le corresponde también al futuro lector de esta novela, a quien no pretendo revelar mayores detalles. Así que corramos un tupido velo y que sea él también una especie de paleógrafo de esas vidas pasadas e imaginarias que Victoria ha diseñado con sensible sabiduría narrativa.
Lo que sí quisiera destacar es que su autora nos ofrece en este libro una minuciosa y estremecedora imagen del dolor humano. Razón tiene Diómedes Cordero cuando afirma que en el fondo casi todas las historias de Victoria reflexionan sobre “las estrategias para hacerle frente al sufrimiento”. Paleografías no es la excepción. Más bien es una de sus novelas que explora con mayor profundidad y espesura en la mente enferma del artista depresivo, y en esa inmersión, extrae páginas en las que, creo que por primera vez en su obra, el tópico de la escritura que reflexiona sobre sí misma cede su lugar al artista que ahonda en su psique trastornada y se enfrenta con ese grueso de miedos y culpas que colma su memoria; esto es: su existencia.

Se trata, por supuesto, de ámbitos complementarios. Las relaciones entre depresión y escritura, entre melancolía y creación artística, han recorrido buena parte de la historia pública y privada de la literatura. Pienso, por citar uno de los libros dilectos de Victoria, en La montaña mágica de Thomas Mann, pero también en la obra de Virginia Woolf, de Franz Kafka, de Emile Cioran. Quiero pensar también en unas palabras de Roberto Bolaño, quien sabía, por oficio y por naturaleza, las estrechas relaciones entre enfermedad y literatura: “El mundo está vivo y nada vivo tiene remedio y ésa es nuestra suerte”. La escritura literaria entonces no puede ofrecer la cura definitiva. El arte no tiene vocación de panacea, ni puede prometerse como medicamento milagroso. La salud es siempre una utopía que el tiempo o la calamidad se encargan de desvanecer. 

Pero sí es posible que el arte, en cualquiera de sus sucursales discursivas, dé cuenta de ciertas estrategias que impidan, como señala María Fernanda Palacios, que el mundo, nuestro mundo, se deshaga del todo. Esa pausa ante lo inevitable, ese enriquecimiento espiritual de la fugaz estadía humana en el mundo, es una de las bondades que más debemos agradecerle a los artistas. Paleografías forma parte de estos imborrables enriquecimientos de nuestras almas enfermas, pero que insisten, con sobradas razones y emociones, en permanecer.
En este sentido, recuerdo unas palabras que me dijo Victoria hace unos meses al preguntarle sobre qué valor consideraba ella prioritario. Ella me contestó: la entereza. Y es cierto, si pensamos que toda su obra es un paisaje humano en el que pueda que no haya muchas alegrías, pero tampoco hay desesperanza. Hay algo que se sitúa más bien en una zona intermedia; esa fortaleza sin aspavientos que ofrece un segundo aire, y hasta un tercero, para no perder de vista que la vida está llena de dolores, pero no es un dolor. Esa modesta valentía que impide que desaparezcan las ganas de belleza y justicia, pero también de libertad y amor que anida en sus personajes, a pesar de ellos en algunos casos. 
Porque la escritura imaginaria no sólo es peso sino levedad, y en ciertas ocasiones, logra sacar algunas piedras del bolsillo de los deprimidos y regresarlos de esas negras aguas de las que no pudo salir la entrañable Virginia Woolf. Se trata de la conciencia de que el fracaso, el padecimiento, el miedo, la soledad nos sitúan muchas veces en una perspectiva que no posee el vencedor, o lo que la sociedad entiende por vencedores. Ese es uno de los motivos que más rescato, que siento más cercano, de la obra de Victoria de Stefano. La escritura que recrea el padecer de la desilusión y la derrota, de la propia creación inclusive, pero en la que sus personajes, si bien pierden el equilibrio y extravían el centro, hacen un esfuerzo por mantenerse en pie, por atravesar el oscuro pasadizo de sus vidas con la mirada más lúcida que alucinada. Seres para quienes la entereza representa algunas veces una causa, y otras, un mesurado destino. 
Por eso creo que, no por casualidad, los libros de esta escritora llevan como firma el nombre de Victoria. No es azar: es justicia poética.vivo y nada vivo tiene remedio y ésa es nuestra suerte”. La escritura literaria entonces no puede ofrecer la cura definitiva. El arte no tiene vocación de panacea, ni puede prometerse como medicamento milagroso. La salud es siempre una utopía que el tiempo o la calamidad se encargan de desvanecer. Pero sí es posible que el arte, en cualquiera de sus sucursales discursivas, dé cuenta de ciertas estrategias que impidan, como señala María Fernanda Palacios, que el mundo, nuestro mundo, se deshaga del todo.

Esa pausa ante lo inevitable, ese enriquecimiento espiritual de la fugaz estadía humana en el mundo, es una de las bondades que más debemos agradecerle a los artistas. Paleografías forma parte de estos imborrables enriquecimientos de nuestras almas enfermas, pero que insisten, con sobradas razones y emociones, en permanecer.

En este sentido, recuerdo unas palabras que me dijo Victoria hace unos meses al preguntarle sobre qué valor consideraba ella prioritario. Ella me contestó: la entereza. Y es cierto, si pensamos que toda su obra es un paisaje humano en el que pueda que no haya muchas alegrías, pero tampoco hay desesperanza. Hay algo que se sitúa más bien en una zona intermedia; esa fortaleza sin aspavientos que ofrece un segundo aire, y hasta un tercero, para no perder de vista que la vida está llena de dolores, pero no es un dolor. Esa modesta valentía que impide que desaparezcan las ganas de belleza y justicia, pero también de libertad y amor que anida en sus personajes, a pesar de ellos en algunos casos. 
Porque la escritura imaginaria no sólo es peso sino levedad, y en ciertas ocasiones, logra sacar algunas piedras del bolsillo de los deprimidos y regresarlos de esas negras aguas de las que no pudo salir la entrañable Virginia Woolf. Se trata de la conciencia de que el fracaso, el padecimiento, el miedo, la soledad nos sitúan muchas veces en una perspectiva que no posee el vencedor, o lo que la sociedad entiende por vencedores. Ese es uno de los motivos que más rescato, que siento más cercano, de la obra de Victoria de Stefano. 
La escritura que recrea el padecer de la desilusión y la derrota, de la propia creación inclusive, pero en la que sus personajes, si bien pierden el equilibrio y extravían el centro, hacen un esfuerzo por mantenerse en pie, por atravesar el oscuro pasadizo de sus vidas con la mirada más lúcida que alucinada. Seres para quienes la entereza representa algunas veces una causa, y otras, un mesurado destino. Por eso creo que, no por casualidad, los libros de esta escritora llevan como firma el nombre de Victoria. No es azar: es justicia poética.

VICTORIA DE STEFANO:
 
Victoria De Stefano nació el 21 de junio de 1940 en Viserba, Italia. Sus padres, italianos, la trajeron a Venezuela en 1946. En los años sesenta estudiaba Filosofía en la Universidad Central de Venezuela (U.C.V), en cuyo Centro de Filosofía comenzó a trabajar con el Profesor García Bacca desde 1962, fecha en la que obtuvo su licenciatura en Filosofía.
 
En esa época estaba casada con Pedro Duno y habían nacido sus dos hijos. Como las actividades políticas de su esposo lo mantuvieron a veces preso y otras, en la clandestinidad, la escritora desde 1962 viajó con frecuencia al exterior en un continuo deambular de cinco años: Cuba, Argelia, Francia, Italia y España. Cuando volvió a Caracas en el año 67, su esposo fue arrestado de nuevo y, después de un breve período de legalidad y de una nueva detención, sufrió el exilio en Chile desde 1970 al 71.

En 1971, apareció su primera novela El desolvido (Duno, 1971), bajo el sello editorial "Bárbara". De esta época también es su ensayo "Sartre y el marxismo", publicada años después (Duno, 1975). Victoria De Stefano ha comentado en una entrevista de López Santos (1984. Sep, 8), su necesidad de escribir ficción y ensayo a la vez: "Nunca he podido escribir ficción sin escribir ensayo. Mi primera novela, El desolvido (1970), la escribí simultáneamente al ensayo Sartre y el marxismo (1971). Es una especie de tarea de compensación entre la imaginación y el intelecto" (C-2).

http://www.sololiteratura.com/vict/victsemblanza.htm